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La clave está en el confiar

El pasado 29 de octubre, con la reunión de padres y madres de 3º de ESO, culminamos este período del año en el que nos reunimos con todas las familias de nuestros alumnos, en las reuniones vespertinas  con las que, por cursos, damos por iniciado ya definitivamente el curso.

No es posible resumir en un solo artículo toda la filosofía pedagógica que tratamos de compartir con nuestras familias en el conjunto de estas reuniones. Escojamos pues un solo botón de muestra. En este artículo nos complace compartir el discurso que el profesor Pablo Sandoval, tutor de 1º de bachillerato, brindó a las familias de sus alumnos en la reunión de 23 de octubre.


Estimadas familias,

- Sus hijos e hijas comienzan este año los estudios de Bachillerato. Según una antigua etimología, quizás no del todo verdadera, pero no por ello menos esclarecedora, la palabra “bachillerato” provendría de la expresión latina bacca laureautus, que significa que alguien ha sido “coronado de laurel”. Pero no se trata aquí, por cierto, de un laurel cualquiera, sino precisamente de aquel laurel que ya ha sido capaz de producir y ofrecer sus propios frutos y bayas, en latín, bacca. Así pues, nosotros podríamos caracterizar los estudios de Bachillerato por el hecho de preparar a nuestros jóvenes para que sean capaces, al fin, de comenzar a producir por sí mismos sus propios frutos.

- Y es en este punto en donde surge la pregunta decisiva para nosotros, aquí y ahora, a saber: ¿en qué consiste nuestro rol en este proceso de crecimiento y maduración, es decir, cuál ha de ser aquí el rol del adulto, ya se trate de los padres, los profesores o los tutores? Pues, por más distinto y complejo que pueda ser el papel que cumple cada uno de nosotros, familias y educadores, en este arduo camino de los jóvenes, creo bien sinceramente que todos compartimos al menos algunos aspectos fundamentales. Y es sobre uno de tales aspectos, y por cierto un aspecto crucial, sobre el cual quisiera ahora arrojar algo de luz y claridad.

- Para ello, me apoyaré en un breve texto del filósofo francés Alain, que me gusta leer a mis alumnos para hacerlos reflexionar sobre cómo podría ser una relación fructífera entre seres humanos, muy particularmente, la relación que se establece entre un profesor y sus alumnos. El texto dice así:

“Yo puedo querer un eclipse, o simplemente un hermoso sol que seque el grano, en lugar de aquella tormenta atronadora y tenebrosa; a fuerza de querer, yo puedo esperar y creer que las cosas sucederán tal como yo quiero; pero ellas suceden a su manera. De donde veo con claridad que mi ruego es digno de un bobo. Pero cuando se trata de mis hermanos los hombres, o de mis hermanas las mujeres, todo cambia. Lo que yo creo acaba a menudo por ser verdad. Si me creo odiado, seré odiado; con respecto al amor, pasa lo mismo. Si creo que el niño que estoy educando es incapaz de aprender, esta creencia escrita en mis miradas y en mis palabras lo volverá inútil, y, al contrario, mi confianza y mi esperanza son como un sol que hará madurar las flores y los frutos del pequeño jovenzuelo. Yo le atribuyo, decís vosotros, a la mujer que amo, unas virtudes que ella no tiene, pero si ella sabe que yo creo en ella, las tendrá. Más o menos, pero hay que intentarlo; hay que creer. La desconfianza ha hecho a más de un ladrón; una confianza a medias es como una injuria; pero si yo supiera darla entera, ¿quién me engañaría entonces? En primer lugar, hay que confiar.”

- Estas hermosas y hondas palabras nos dicen con toda claridad lo que nosotros, los adultos, debemos hacer a fin de preparar el crecimiento y la maduración de nuestros adolescentes, a saber, creer, confiar, depositar nuestra fe, como si fuera una semilla, en el alma del joven o del niño, a lo cual pertenece también, y por cierto de manera inevitable, la posibilidad del engaño, el fraude, el abuso y la decepción. Sin embargo, así como solo puede ser engañado y defraudado aquel que ha confiado en otro ser humano, así también solo puede forjar y conseguir algo auténticamente propio, lo que sea, aquel a quien se le ha concedido la libertad y la oportunidad de caminar sobre sus propios pies, por su propia senda, a su propio riesgo y cuidado.

- Este riesgo y este cuidado no es otra cosa que la tarea fundamental de la vida humana, una tarea ardua y penosa, pero que nadie ha podido evitar ni soslayar jamás, a saber, la tarea de hacerse a sí mismo, la misión de abrir y forjar el camino hacia la propia plenitud y la propia felicidad. Ese camino, y no otro, es el que ahora comienzan a transitar sus hijos e hijas desde este curso. Los pasos serán inseguros, las caídas y los errores serán muchos, pero a pesar de todo ello, y a pesar de todo el riesgo que implica necesariamente el adentrarse en un territorio abierto y desconocido, nosotros los adultos no podemos dejar de creer ni de confiar en que cada uno de nuestros adolescentes posee en sí mismo la posibilidad de convertirse en un ser humano pleno y feliz, aun cuando la realización de una tal posibilidad no esté, ni pueda estar jamás, únicamente en nuestras propias manos. Pues, a fin de cuentas, son ellos los que han de caminar, y por eso son ellos los que se han de perder para luego volverse a encontrar.

- Pues la vida humana, y por cierto no solo durante la adolescencia, no deja de ser jamás un misterio, un enigma y una pregunta. Pero cuando el ser humano se arriesga en verdad a penetrar en las honduras de una tal pregunta, de un tal enigma, de un tal misterio, entonces ha asumido ya, por fin, la enorme tarea y misión que desde el fondo de los tiempos se nos ha encomendado, a saber, como dice el poeta griego Píndaro: “Llega a ser el que eres”. Se trata así de la tarea de llegar a ser nosotros mismos, la misión de descubrir y llevar a cabo la propia vocación, en suma, se trata de la labor ingente y siempre inacabada de forjar el propio ser y construir la propia felicidad.

- En esta tarea, sus hijos e hijas no estarán solos, pues, aunque solo sea por un breve trecho de este largo camino, podrán contar con la confianza de todos los profesores que aquí me acompañan. La clave está, en efecto, en el confiar.